lunes, 8 de marzo de 2010

Fernando.


Ya estaba amaneciendo, y cada minuto que pasaba me hacía estar más nerviosa. Éste era el día en el que tomaría una de las decisiones más importantes de mi vida, una decisión que cambiaría mi futuro y que, quizás quizás, aseguraría mi felicidad... O tal vez no.
Fernando era un chico al que había conocido hacía poco tiempo, pero durante unos meses me demostró ser una gran persona y un buen amigo, que siempre me apoyaba en los buenos y los malos momentos. Representaba un papel importante en mi vida.
La decisión que estaba a punto de tomar era, si debería irme con él o no, lejos de la casa de mis tíos, en el campo. Mis padres habían muerto en un accidente de avión, y tuve que ir a vivir con mis tíos. No tenía que me atara a aquella casa, lo más lógico era irme con Fernando, pero aún así, no estaba segura.
Habíamos pensado en coger al mejor caballo que tenían mis tíos, e irnos en él, lejos de allí. Juntos empezaríamos una vida nueva con un montón de sorpresas por delante. Pero no aguanté y le dije lo que pensaba:

-Fernando, no estoy segura de lo que estamos haciendo.
-¿Estás asustada?- me preguntó. Había notado el miedo en mi voz.
-La verdad es que sí, Mira, yo te quiero, ¡muchísimo! Pero tengo miedo a lo que nos pueda pasar.- contesté.
-No estés así. No hay por qué tener miedo. Sabes que siempre estaré a tu lado. No hay nada malo que nos pueda separar ni que nos pueda hacer daño, y eso lo sabes.

No sé cómo lo hacía, pero siempre conseguía que viera las cosas de manera positiva. Aunque mi mente y mi corazón decían cosas distintas, le mentí:

-De acuerdo. Te haré caso.

Me acuerdo de que a la mañana siguiente fui directamente al establo y cogí el mejor caballo, uno de pelaje negro muy brillante, y monté en él.
No sabía a dónde me dirigía, pero no paré, seguía alejándome de aquella casa, de mi pasado. De todo lo que me ponía triste cuando lo recordaba, incluido Fernando.
Me dolía mucho esto, pero más me dolía decirle la verdad: estaba enferma y sólo me quedaban unos meses de vida.
No quería ilusionarle, para luego irme sin haber estado junto a él el tiempo que se merecía.
Al final llegué a un pequeño pueblo, y lo primero que hice fue ir a ver a un doctor. Me dejo quedarme en su casa el tiempo que me quedaba de vida.
Ahora estoy escribiendo en un cuaderno, la historia de mi vida. Dentro de unos días no podré volver a escribir, pero hice lo correcto, tomé una buena decisión y eso es lo que importa: seguí mi camino e intenté no hacerle daño a nadie.
Ya está amaneciendo, y cada minuto que pasa, me hace estar más nerviosa: sabía que era mi último día.