No podía imaginar que algún día iba a salir de este horror. No podía creer que algún día iba a estar tranquilamente sentado leyendo el periódico, como hacía todos los días antes de ir a luchar en ese infierno. Pero para llegar a ese estado de calma tenía que hacer unos cuantos sacrificios, y con ellos empezaría mi historia.
Estaba sentado en la mesa de la cocina, esperando que viniese mi madre para hablar con ella, porque ya habíamos desayunado.
El día anterior, mi madre me dijo que había llegado una carta muy importante, pero mi padre se la había llevado al trabajo, y yo tenía que ir allí a hablar con él para que me dijese qué decía esa carta. Yo le prometí a mi madre que iría a verle, y ella me advirtió de que, últimamente, había mucho peligro en las calles y también me aconsejó que fuese discreto y que evitase que la gente se enterara de que era soldado.
Para mí, ser soldado era un orgullo. Dar la vida por tu país y los tuyos era algo muy significativo para mí. Pero también entendía que no eran tiempos fáciles y que tenía que tragarme mi orgullo y guardar un "secreto", por lo menos hasta que se acabase mi permiso.
Ese mismo día fui a ver a mi padre. Era policía, y por lo tanto, trabajaba en comisaría. Todos sus compañeros me conocían y recuerdo perfectamente que fui a saludarles uno a uno: no sabía cuándo podría volver a tener otro permiso, pero no parecía que ese momento fuese a llegar muy pronto.
Cuando entré en el despacho de mi padre me quedé sorprendido: tenía el mismo aspecto que hacía cinco años. La misma colocación de los libros en la estantería, el mismo felpudo en la entrada, hasta los bolígrafos que estaban en el escritorio eran exactamente los mismos que había la última vez.
Tampoco había cambiado el color de las paredes, seguían siendo de ese color verde pistacho que yo tanto odiaba.
En ese mismo instante en el que estaba acabando mi "reconocimiento del terreno", entró mi padre y venía con muy mala cara.
- ¡Padre! Mucho tiempo sin verle, ¿eh? He estado hablando con madre y me ha dicho que usted tenía algo importante que decirme sobre una carta.
- ¡Hijo mío! ¡No has cambiado nada! Pero eso está bien, ya sabes que para mí, siempre serás mi niño -. Intentó bromear, para que no me diese cuenta de que algo andaba mal.
- Si usted lo dice... Padre ¿pasa algo? -. Le pregunté.
- Eh, bueno... Sí. Tiene que ver con esa dichosa carta. Como puedes ver, hay mucho criminal y ladrón suelto, últimamente, y ya han empezado a atacar el sur del país los soldados del país vecino.
- Sí, madre me ha comentado esta mañana algo de eso, pero sigo sin entender lo de la carta -. Insistí.
- Me temo que tendré que darte una mala noticia -. Me advirtió.
- Estoy preparado para lo que sea -. Respondí con firmeza.
- Verás, en la carta te dicen que no puedes continuar con tu permiso y que tienes que volver al frente. Te necesitan.
Cada una de esas palabras se quedó grabada en mi memoria. Sí, estaba preparado, pero realmente no para todo, o por lo menos, para eso no. Llevaba cinco años sin ver a mis padres y cuando me dijo eso, supe que iba a tener que esperar otros cinco para volver a verles.
Pero en ese momento entraron dos hombres armados y empezaron a disparar contra mi padre. Fue horrible, tuve que ver cómo asesinaban a mi ser más querido. Pero no tuve otra opción y salí corriendo. "Me necesitan", me repetía constantemente.
Ese mismo día llegué al cuartel, tenía que hablar con mis superiores.
Ellos me dijeron que yo era muy importante y que no me podían perder, así que me tuve que quedar a salvo allí, dentro, torturándome pensando qué le pasaría a mi madre y qué habían hecho con el cadáver de mi padre.
Después de treinta años, cada mañana me iba al patio de mi casa a leer el periódico en el que salía la noticia del asesinato de mi padre... Y aún sigo haciéndolo.