lunes, 22 de febrero de 2010

Deseo concedido.



El número de libros acumulados iba creciendo cada vez más. Cientos de historias escritas por mí y que se quedarían allí para siempre, no valían nada.
Siempre iba de editorial en editorial preguntando si podían publicar algunos de mis libros, pero siempre era la misma respuesta: "Ahora no podemos" o "Está bien, pero le falta emoción", y así, muchas más excusas. A pesar de todo, yo continuaba escribiendo novelas, aunque en el fondo sabía que para que las publicaran tendría que ocurrir un milagro.

Al ver lo mal que me sentaba, que no publicasen mis novelas, varios amigos míos empezaron a pedírmelas para leerlas y darme su opinión.
Sus opiniones eran tan positivas que no sabría decir si realmente estaban siendo sinceros o no, pero hubo una que me llamó la atención: la opinión de mi amigo Luis.

Parecía sincera y era buena:

- Me parece una novela interesante, me ha gustado, pero creo que deberías añadirle un poco más de suspense, y así la gente viviría con más emoción la historia.

- Vaya Luis, ¡muchas gracias! Yo pienso lo mismo que tú, pero no sé, últimamente no estoy animada y me cuesta ver las cosas desde el lado bueno.

- Pero podrías intentarlo. Mira, yo tengo un amigo que podría darte "publicidad", ya que trabaja en un mercadillo, y quizás venda tus libros-. Me animó él.

- Es una buena idea, y creo que voy a aceptarla. ¿Cuándo podrías venir a coger unos cuantos ejemplares?-. Le pregunté.

- Esta misma tarde porque estoy segurísimo de que lo va a hacer.

- ¡Muchísimas gracias!-. Contesté muy feliz.

- De nada, María, y ya sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.

No pude despedirme con palabras, simplemente le sonreí, estaba muy emocionada, aunque no sabía que lo que vendría después me iba a sorprender tanto.
Por la tarde, Luis vino a mi casa, y juntos llevamos los libros hasta el centro. Una vez allí me indicó el camino y seguimos con los libros hasta llegar al mercadillo.

Todos los puestos tenían cosas interesantes, excepto uno al final del todo.
Era muy raro, pequeño y oscuro, no le llegaba la luz del sol.
En ese puesto se vendían bragas, de todos los colores y tamaños, pero únicamente bragas.
Allí trabajaba el amigo de Luis, y allí tuve que dejar el montón de libros.

Le hice una foto que más tarde envié a mis amigos por correo.
Se veían dos montones de libros y muchísimas bragas alrededor, azules, verdes, pequeñas, grandes...
Era algo vergonzoso, pero había conseguido mi sueño: vender mis libros.
Aunque fuera con un cartel que ponía: "POR LA COMPRA DE TRES BRAGAS TE REGALAMOS UN LIBRO". Pero lo había conseguido, y eso era lo que realmente importaba.

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