
Se trataba de un cuadro de la Edad Media, de un valor incalculable, que había pasado de generación en generación.
No quería tener semejante responsabilidad, la de proteger una obra de arte que podría destruirse por un descuido, así que decidió vendérselo a un buen museo y con el dinero que recibiría, dejar el trabajo y vivir una vida relajada.
Consultó con varios amigos que ya lo habían hecho antes, y, con la información adecuada, eligió el mejor museo para la exposición y el cuidado del cuadro.
Fue hasta el lugar donde se encontraba dicho museo y con el cuadro, se dirigió hasta la oficina principal.
Todo iba muy bien, hasta el momento de examinar el cuadro, porque le dieron una mala noticia, muy mala, que arruinó todos sus planes: el cuadro era una copia.
Al no ser una pieza de arte auténtica no podían darle la gran suma de dinero que esperaba.
Decidió que, ya que no era auténtico, se lo quedaría dejándoselo en herencia a sus hijos, y que fuesen ellos los que también eligieran el destino de ese "tesoro familiar".
Ahora tenía que hacerse a la idea de continuar con el trabajo y la rutina, y dejar los momentos de relajación para el verano.
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